En unos meses, el estadio Vicente Calderón será historia. Una «gran pena» para muchos aficionados del Atlético de Madrid que allí vivieron momentos de gloria, y una oportunidad para vecinos y comerciantes, esperanzados en una mejoría del barrio.
El coliseo madrileño albergará el sábado la final de Copa del Rey entre el Barcelona y el Alavés, y el domingo celebrará su despedida, con un encuentro benéfico. En 2018 será pasto de las demoledoras.»Forma parte de mi vida, y tengo la sensación de que nos quitan el estadio», lamenta Óscar Fernández, un joven aficionado de 23 años y abonado desde la temporada 2001-2002, que viste orgulloso la camiseta rojiblanca.Y es que el doble finalista de la Liga de Campeones (en 2014 y 2016) quiere un estadio a la altura de sus ambiciones, y para ello se mudará la próxima temporada a la otra punta de la capital, al Wanda Metropolitano.El coso está aún en construcción, y cuenta con 70.000 localidades, 15.000 más que el Calderón.
Un apego visceral
Desde que en él se disputara el primer partido el 2 de octubre de 1966, el Vicente Calderón ha marcado la vida del barrio, a orillas del río Manzanares, y de sus aficionados.
Javier Fischer, de 30 años, le tiene tal apego que ha solicitado tres asientos para llevárselos, uno de ellos en memoria de su padre, fallecido hace un año. El domingo estuvo allí con motivo del último partido de liga, «el día más triste que vivimos aquí», pese a la victoria por 3-1 frente al Athletic de Bilbao.
Frente a las oficinas del club, en el Paseo de los Melancólicos, Valentín Hernández comparte esta añoranza pero coincide, como defiende la dirección del equipo, en que «el Calderón se quedaba demasiado pequeño».»El Atlético tiene que actualizarse, como los grandes equipos europeos» de fútbol, sostiene.Con ese propósito estratégico, la entidad hizo entrar en su capital a la empresa china Wanda, que posee un 20% y le ha dado su nombre al nuevo estadio.Con ayuda de su patrocinio y el incremento del aforo, el club espera aumentar su presupuesto de los 280 millones de euros actuales a 400 millones en la temporada 2019-2020.De esta forma quiere acortar la brecha financiera con el FC Barcelona y el Real Madrid, su gran rival en la capital. Cada uno de ellos ingresó esta temporada más de 600 millones de euros.Sin embargo, con el traslado al nuevo coliseo en el distrito de San Blas, en una zona periférica del este de Madrid, la polémica está servida.Primero, por la lejanía respecto al sur de Madrid, tradicionalmente más afín a la llamada afición ‘colchonera’. Pero también por los 60 millones de euros que la entidad desembolsará para la compra del estadio y la urbanización de los accesos.Ante el previsible endeudamiento, «no parece factible» que el club vaya a ser capaz de pagar los 80 ó 90 millones de euros que se piden en el mercato «para traer jugadores de primer nivel», explica Ricardo Menéndez, reportero de la web especializada Esto Es Atleti.
Esperan más clientes
Si los aficionados afrontan con resquemor la mudanza, entre vecinos y comerciantes del barrio los ánimos parecen mejores.»Me encanta que se vaya de aquí» el Atlético, afirma a la AFP Jesús Ferro, de 83 años, quejándose de «la porquería que dejan» los aficionados, además del ruido.»Pienso que va a ser mejor», apunta Ernesto Ortiz, gerente de una ferretería.»Los días de partido, si había algún trabajo que hacer, de reparación o mantenimiento, no podíamos circular, porque estaba todo lleno de vehículos», añade este empresario salvadoreño, que ahora espera más clientela.El proyecto inmobiliario pilotado por el ayuntamiento de Madrid y consensuado con los propietarios de terrenos y las asociaciones vecinales prevé a partir del año próximo la construcción de unas 1.300 viviendas, además de infraestructuras para jóvenes y ancianos. El solar del Calderón se convertirá en una zona ajardinada.Con la llegada de nuevos vecinos y trabajadores a las obras, Eduardo Díez asegura tener «buenas perspectivas» de atraer clientela en su taberna El Chiscón de la Ribera, situada frenta al Calderón.Pero sobre todo, los vecinos esperan que se redinamice un barrio con una población envejecida.»Era importante que el Calderón desapareciera, porque su actividad era cada 15 días [cuando había partido] y resultaba traumática para los vecinos», por el gentío, el tráfico y el ruido, abunda Pelayo Gutiérrez, presidente de la Asociación de Vecinos del Pasillo Verde e Imperial.