En ocasiones la realidad supera la ficción y éste es uno de esos casos
Su doble identidad nació en la noche brasileña. Entre discoteca y discoteca cultivó amistades futbolísticas con Edmundo, Romario, Bebeto y Ricardo Rocha, jugadores que han sido durante algunos años en apuestas en la Liga española. Estos hicieron en algunos casos de intermediarios y facilitaron su fichaje por algunos equipos. Se inició en el deporte rey gracias a su amigo Mauricio, que le abrió las puertas de su primer vestuario: el del Botafogo.
Nacido en Río de Janeiro en 1963 sus genes le proporcionaron un físico portentoso, que le sirvió de tapadera, para ganarse el sobrenombre de Kaiser por Beckenbauer y alargar una mentira durante casi 20 años. El Kaiser presume orgulloso en las entrevistas de haber pasado por algunos de los clubes más importantes de Brasil sin debutar. No tenía destreza alguna con el balón, pero sí una facilidad asombrosa para pasar temporadas enteras en la enfermería. A los entrenamientos llegaba con el guion aprendido. Provocaba a sus compañeros al comienzo de la sesión, recibía una fuerte entrenada y de ahí a la camilla. Fingía mucho dolor en cualquier lado y como la tecnología de la época era menos avanzada que ahora, médicamente no había posibilidad de desenmascararle.
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Engañaba a entrenadores y doctores, y se ganaba el apreció de jugadores y prensa. A sus compañeros les premiaba en las concentraciones con habitaciones repletas de mujeres de buen ver. Antes de que el equipo desembarcara, el Kaiser se ponía manos a la obra y se cercioraba de que no faltarán placeres nocturnos en los hoteles. Como buen estafador siempre iba acompañado de un móvil, fingiendo hablar con equipos europeos interesados en sus servicios. Lo hacía en un dudoso inglés, pero como nadie dominaba la lengua de Shakespeare, la mentira seguía colando. Fue en el Fluminense, donde le cazaron. Un médico que sí tenía conocimientos de inglés no supo descifrar sus conversaciones y se descubrió que el teléfono con el que gestionaba sus supuestas operaciones, era de juguete. Aun así, estuvo varios años más en la élite.
Antes en el Bangu casi debuta, pero se las ingenió para no saltar al campo cuando calentaba la banda. Se lio a golpes con un aficionado y acabó expulsado, como pretendía. Henrique Raposo salió de Brasil y consiguió traspasar fronteras con un disfraz de futbolista. Jugó, por decirlo de alguna manera, en el Puebla mexicano, en El Paso de EE.UU e incluso dio el salto a Europa de la mano del Ajaccio. Disputó un total de 34 encuentros en toda su carrera, aunque el protagonista matiza. “Nunca más de 20 minutos por partido”.
A poco que se hubiera esforzado, podría haber acabado en un Madrid o Barça. La lista de ‘blufs’ en ambos equipos es alargada, especialmente en el siglo pasado. Sin ir más lejos Lorenzo Sanz fichó a Congo por la recomendación a través de una carta de un niño.