A los 51 años, el hondureño que vistió las camisetas de San Lorenzo, Argentinos, Quilmes y Chacarita repasa sus días como romperredes: desde su pelea con Maradona en la Bombonera hasta su mirada sobre el racismo en el fútbol. Y su oficio desconocido
Buenos Aires, Argentina
José Eduardo Bennett, exdelantero de los equipos Curacao -ya desaparecido-, Olimpia, Victoria, Vida y Atlético Olanchano del futbol hondureño; San Lorenzo de Almagro, Argentinos Juniors, Chacarita Juniors y Quilmes Atlético Club de Argentina; el Necaxa de México, Cobreloa de Chile, recordó sus vivencias en el portal Infoabe.
Bennett, una vez retirado del fútbol abrazó la carrera de entrenador y actualmente es presentador de noticias deportivas en un canal de televisión, relató en una extensa entrevista el origen de su apodo, «Balín», su cruce con Diego Armando Maradona y como pudo afrontar sin que le afectara el tema del racismo.
La entrevista de Eduardo Benett al portal Infobae:
Ampuloso, gesticulador, risueño. Héctor Veira y su confundible voz fue uno de los primeros personajes que se topó Eduardo Bennett cuando aterrizó en Argentina y empezó una aventura desde el minuto cero. “Ya triunfaste”, presagió de un grito el Bambino cuando vio llegar al Balín en soledad al predio de entrenamiento en Vicente López desde el aeropuerto de Ezeiza. Al goleador hondureño, que marcaría una era en el país durante la siguiente década, nadie lo pasó a buscar cuando llegó en absoluto silencio. Esperó. Una hora. Dos. Hasta que decidió que debía rebuscársela solo. Se lo habían olvidado.
“Llegué a Ezeiza a eso de las ocho de la mañana. Todo nublado. Miraba que pasaban y se iban todos, pero Eduardito estaba más solo que la garrapata sin agarrar un perro donde quedarse. A las dos horas empecé a preguntar cómo podía llegar y se ofreció un taxi. ¡Creo que fue el taxi más caro de toda mi vida! Viajé por Europa, por todo el mundo y nunca pagué la cantidad que pagué ahí”, rememora entre risas con Infobae desde Tegucigalpa, a casi 30 años de su llegada a un San Lorenzo que un año más tarde levantaría el título local.
Con 24 años y una propuesta para probarse en el país, Bennett primero logró arribar a un Nuevo Gasómetro en plena construcción y desde allí lo acompañaron a Vicente López donde estaba al predio de entrenamiento del Ciclón: “Estaban jugando al pool me recuerdo. Yo llegué y me vieron llegar, negro, hondureño, con maletas. Decían ‘¿y este?’ Me acuerdo que el Bambino me vio con la maleta y me dijo: ‘¿Usted es el hondureño? Con todo lo que viviste, ¡ya triunfaste! Así que tranquilo’. Me acuerdo cuando comí, ese día venía con más hambre que el Chavo. Era pleno mediodía, no había desayunado. Ya eran como las doce y pico. Llegué y empecé a comer. El profesor (Veira) me dijo: ‘Mirá negro que no es el último almuerzo eh’”.
Su perfil de Whatsapp es un fiel reflejo de lo trascendente que fue su paso por Argentina. Eduardo, en la foto, está volando con la vieja camiseta suplente Topper de San Lorenzo con publicidad de Medicorp el día que le hizo tres goles a Argentinos Juniors y se asentó definitivamente en estas tierras. Eduardo ríe a carcajadas, gesticula, piensa para responder y revive aquellos dos años dorados en el club de Boedo, en especial sus vivencias con el capitán Ruggeri: “Agarré a un Ruggeri maduro, con mayor experiencia. Eso le daba la tranquilidad de manejar los tiempos atrás. Un líder para mí. Yo lo venía siguiendo desde México 86. Dije ‘este es uno de los jugadores que desde niño he venido siguiendo su trayectoria’ y tuve la posibilidad de disfrutarlo. Era un jugador comprometido con el equipo y ese tipo de situaciones hace a uno comprometerse con él. Recordemos que en ese momento seguía siendo capitán de la selección argentina. Un día, en una reunión, le dijo a Miele: ‘Por ahí vos serás el presidente acá, pero yo allá, cuando vos llegás a Ezeiza, a los predios de la AFA, allá soy yo el que pone las cosas. Pero no te preocupés’. Dije: la de su madre, bueno, ya sé con quién estoy”.
En el Bicho encontró su lugar en el mundo, en las buenas y en la malas. Ascensos y descensos. Pero siendo un apellido clave de ese período irregular de la entidad de La Paternal: “Disfrutamos más a La Paglia que a Cambiasso y Riquelme porque los vendieron desde las inferiores. ¡Ellos nos daban de comer a nosotros! Es la realidad: vendían a esos jugadores y eso generaba un ingreso para que nos pagaran. Entonces debíamos cuidarlos”.
Bennett saca una carcajada y asegura que “algunos eran irrespetuosos”: “La Paglia te tiraba caños, te enganchaba para cada lado… Un par de años adelante recordemos lo que fue Federico Insúa. Muy hábil, muy rápido, técnicamente muy dotado. Te enganchaba. Me acuerdo que con el Flaco Schiavi le queríamos arrancar la cabeza. Pero me recuerdo que el profe nos decía: ‘¡tranquiiiilos, tranquiiilos, no lo vayan a matar!’. Pero era una cosa de locos”.
— Durante esa etapa tuviste una anécdota con Diego Maradona por una patada a Solano en la Bombonera…
Siempre fui agresivo en el campo de juego, peleaba las pelotas como si fuera una final cada una. Me acostumbré siempre a trabajar así, de esa manera. A veces me identifico con Müller, del Bayern Múnich, que es un tipo titular, pero el tipo corre. Ese fue mi estilo, mi manera de jugar, de comprometerme, de entregarme. Al menos la hinchada, la gente que va a apoyar, dice “sabemos que él lo va a dar todo en beneficio de la institución”.
— ¿Qué se sentía en la Bombonera en ese momento que Maradona te empezó a hablar?
Es como una pulga en medio de un perro… Es pequeño, uno se vuelve pequeño. ¿Por qué se vuelve pequeño? Porque la Bombonera se magnifica, se hace grande. Porque la tribuna, lo que es la hinchada, el apoyo de la gente ante –en ese momento– el que era el máximo ídolo de Boca. Vos sentís que él levantaba las manos y la tribuna se levantaba. Sentías que estabas abajo y toda la gente se te venía encima. Con el equipo nos sentíamos impotentes ante tal situación y sabíamos que la teníamos brava.-_ ¿Qué te dijo Maradona ahí?
— Como decimos en el fútbol, son cosas que quedan ahí adentro. Son vivencias…
Para comienzos del nuevo milenio, el Balín estaba vestido de Cervecero dispuesto a pelear el ascenso a primera con un Quilmes que comandaba Ricardo Gareca. En el plantel se resaltaban dos nombres bien disimiles. El obrero y el artista. Chapu Braña y Máquina Giampietri. “¡Uhh!”, grita Eduardo desde el otro lado de la pantalla cuando se le recuerda el nombre del emblemático 10 del ascenso.
“Te voy a empezar hablando de esta Máquina Giampietri, ¡por Dios! Era un monstruo. Jugaba bien. ¡Pero era muy cómodo! Haraganísimo. Recuerdo que Gareca viene y dice: ‘Vamos a ver videos del partido. Vean esa jugada de ese gol. Desborda, tiramos el centro a favor nosotros…’ Da la vuelta, dice: ‘Giampietri, ¿dónde estás?’. Y empieza a buscarlo, empieza a contar los segundos. ‘Giampietri pasaron 18 segundos y no te vi’. Entonces estaba el preparador físico ahí. Ricardo le dice: ‘¿En cuánto hacemos los 100 metros aquí en la cancha? Lo hacemos en 11 ó 12. ¡Llevamos 20 segundos y Giampietri no aparece! ¿Qué pasa Giampietri?’. Como jugador, con la pelotita se la dabas y la rompía, era un tipo técnico, hábil, con el cuerpo la aguantaba, protegía, tenía buena pegada, un talento, talentazo. Pero a la hora de marcar no quería saber nada”, dice entre carcajadas. “Chapu totalmente lo otro: era todo corazón. ¿Sabés con quién lo identifico? Es un imitador del Cholo Simeone, corazón, entrega, sacrificio, lucha”.
En ese nuevo mileno, Bennett ya era un jugador asentado. Un nombre habitual en el país. Hacía rato que había dejado de ser el hombre con la maleta que nunca llegaron a buscar al aeropuerto de Ezeiza. El Balín ya era entrevistado para hablar de racismo en el fútbol y los diversos insultos que, veinte años después, todavía son comunes en los estadios.
— Fuiste un pionero un poco en el tema porque hace veinte años ya hablabas del racismo en el fútbol y los insultos racistas: ¿Cuál es tu mirada actualmente?
— En la Argentina le decían negro a un tipo como el Diablo Monserrat. Le decían negro a Palma, que estaba en Rosario Central. Le decían negro al Negro Martínez. O sea, el tema de negro allá se interpreta por un tipo de tez, pero no hay mala leche en la manera de decírtelo. Cuando vi que a un tipo que no era negro como yo le decían negro, lo fui interpretando, por un lado. Pero por otro también el decir que hay racismo en la Argentina es difícil, imposible. ¿Por qué? Encontrás paraguayos, bolivianos, polacos, alemanes, españoles, brasileros, venezolanos. Todos radicando en un país como es Argentina. Si te vas a Mendoza, en Las Leñas, vas a encontraste suecos. Entonces, creo que en ese sentido tuve esa claridad de poderme dar cuenta de que no era algo personal, que te decían negro, pero no pasaba nada. Lo otro: vos sabés que la hinchada cuando se te viene en contra, ya sabés cómo viene, pero porque viene de parte de la hinchada. Pero eso a la vez era una motivación, me gustaba. Ya cuando entendés el trámite, lo vas entendiendo, te vas dando cuenta de que no pasa nada. Así te lo voy a decir.
— ¿Pero al principio lo padeciste?
— No, no… Porque nunca le di importancia a eso. He andado en varios países y no le di prioridad a eso porque sabía de la multifacética vida que me tocaba vivir. Entonces tenía que bancarme o saber adaptarme a la situación. Por eso te decía: el adaptarte a las situaciones que se te presentan en tu entorno, imaginate que a los jugadores de Argentina les pasará cuando van a Rusia, Azerbaiyan, a Grecia. Van, se presentan y es así. Entonces te toca adaptarte. Acuérdate que para ellos nosotros no somos los blancos, para los españoles. Ellos son los blancos, nosotros no. Gracias a Dios te digo: no me compliqué por ellos, no tuve problemas en ningún lado por eso y he tenido la harta sabiduría de no complicarme en ninguna de esas situaciones.
El hondureño, hoy de 51 años, se afincó en su país tras su retiro en el 2010. Se transformó en comentarista deportivo y tiene a la liga de Argentina como una de sus especialidades. El apodo del Balín quedó enmarcado en la memoria futbolera durante los 90, pero aquel mote nació por un hecho que casi termina en tragedia hacia fines de los 80, cuando su hermano –delantero del Victoria hondureño– recibió un disparo de un hincha de Olimpia que estaba en estado de ebriedad. La bala se alojó a unos pocos centímetros del corazón y Jorge salvó su vida de milagro.
“Balín viene porque mi hermano tiene una bala al lado del corazón… Tuvo un accidente. Mi hermano fue jugador de fútbol también. Salió de una concentración y ahí tuvo un accidente… Anda con una bala calibre 38 al lado del corazón. Entonces, en ese momento no se podía operar. Acá era un riesgo. No lo operaron, se quedó con la bala ahí. La bala se calcificó, se transformó en parte de su cuerpo y por eso a él le decían Bala, y a mí me decían Balín. Pero traté de anexarlo: también era Balín porque siempre he sido un jugador de velocidad, rápido”, revive esa escena que desarrolló a fines de 1987.
Mientras se encomienda a sus creencias religiosas y pide tomar conciencia en la lucha contra el coronavirus –su país registra 6450 contagios y 262 muertes–, aprovecha una vieja pasión para descargar tensiones durante este proceso de aislamiento mundial que obliga la pandemia: “Soy técnico en plomería y soldadura, que lo aprendí en el internado donde estuve. Ejerzo pero en mi casa o de mi madre, mis hermanos. Donde hay algo que requieran de mí yo voy y les hago el servicio. Hace poco en la casa de mi cuñado le instalé una válvula check, la instalé como si nada, porque es algo que a mí me relaja. No es algo que hago comúnmente, pero sí tengo el conocimiento y eso me agrada el poderlo hacer. Todavía tengo un par de herramientas ahí, mi máquina de soldar… Me puse a soldar, armé un pequeño quinchito para hacer un par de asados”. (Tomando de INFOBAE).