El 19 de enero es un día muy especial para los encargados de impartir justicia en el fútbol hondureño ya que se celebra el Día de Árbitro de Fútbol
Tegucigalpa, Honduras
El 19 de enero se celebra en Honduras el “Día del Árbitro de Fútbol”, fecha que quedó instaurada debido a que ese día toma posesión la junta directiva de las filiales de todo el país.
Un festejo muy especial para los encargados de impartir justicia en el fútbol. A estos hombres que cada domingo se mezclan entre camisetas de color, les deseamos un feliz día.
Como otras fechas importantes del año este día debe ser recordado y celebrado porque de alguna manera la figura homenajeada es relevante en el mundo del fútbol.
Ese ser humano, con virtudes y defectos como cualquiera, que queda totalmente expuesto en una cancha con casi todos los hinchas en su contra cobre lo que cobre, tiene una importancia significativa en el desarrollo del juego.
Los árbitros, muchas veces considerados, los “malos de la película”… No tienen afición, casi siempre terminan siendo blanco de las críticas despiadadas… Pero nadie piensa en el valor que tienen en un partido de fútbol.
Son los protagonistas más castigados del fútbol. Y para dejar en evidencia esa afirmación vaya si sobran muestras… Sólo basta con recordar que en la mayoría de las ocasiones, ni bien salen al campo de juego, reciben una estruendosa silbatina, quizás como aviso de que será el culpable de todas las desgracias que se sucedan en los 90 minutos de juego.
Ya lo dijo el escritor uruguayo Eduardo Galeano en “El fútbol a sol y a sombra”, una de sus obras magistrales: “silbato en boca, el árbitro sopla los vientos de la fatalidad del destino (…) Tarjeta en mano, alza los colores de la condenación (…)”. Y añadió: “Su trabajo consiste en hacerse odiar (…) Todo el tiempo galopa, desplomándose como un caballo, este intruso que jadea sin descanso entre los veintidós jugadores; y, en recompensa a tanto sacrificio, la multitud aúlla exigiendo su cabeza”.
Es que todos, pero absolutamente todos, dicen conocer qué es lo que deben sancionar, como si alguna vez en su corta o larga vida hubiera leído e interpretado, con real conciencia, las páginas del reglamento. Difícil es explicarle a los familiares, sobre todo a las mujeres (víctimas, vestidas de insulto, de su objetada labor), por qué ellos quedan ajenos al espectáculo de principio a fin, recibiendo apenas un “suerte, señor” antes del pitazo inicial y una catarata de improperios, maldiciones y críticas desmedidas.
Lo que sucede es que en un sistema de competencia donde el error es parte del juego al único que no se le perdona nada es el árbitro. En ese sentido, continuó Galeano: “a veces, raras veces, alguna decisión del árbitro coincide con la voluntad del hincha, pero ni así consigue probar su inocencia. Los derrotados pierden por él y los victoriosos ganan a pesar de él”.
Ocurre que, en medio del desborde de pasiones, ellos no tienen hinchas y se mueven por vocación, es decir, por la convicción de llevar adelante su misión con hidalguía, tratando de imponer la cordura, la mesura y la justicia en un ámbito donde ya escasea.