París, Francia
Todo es excesivo en un París Saint-Germain que apuesta tan alto que al mínimo contratiempo genera detonaciones. La abultada derrota en Liga de Campeones contra el Newcastle (4-1) ha provocado las primeras deflagraciones, con un nombre en el punto de mira, el entrenador Luis Enrique.
Aunque es prematuro hablar de crisis, las primeras señales de alarma han saltado en el club, que firma el peor inicio liguero desde que en 2011 aterrizaron los cataríes con sus maletines cargados de dólares (12 puntos en siete partidos) y una de las peores derrotas encajadas en Liga de Campeones.
En sus nueve primeros partidos al frente del club, el técnico español ha firmado cuatro victorias, tres empates y dos derrotas.
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Luis Enrique tiene aun crédito, porque nada está perdido en poco más de un mes de competición, pero ya se ha dejado parte del que traía el exseleccionador español, señalado en primera persona como responsable de la humillación en el Saint James Park.
El PSG fue superado por un Newcastle que hacía 21 años que no recibía en su estadio a un rival de esa talla en la máxima competición continental. Ni el entrenador supo reaccionar para detener la catástrofe, ni emergió del terreno ningún líder capaz de provocar una reacción de orgullo.
Pero el técnico se encargó de atraer a su figura todos los focos al asegurar que era «el único responsable» de la derrota, que él consideró demasiado abultada para lo que se había visto en el campo.
Una asunción de responsabilidades que no le ha valido la clemencia de la prensa, que ataca su decisión de apostar por un sistema con cuatro delanteros que ya mostró sus carencias el pasado sábado contra el Clermont-Ferrand, colista del campeonato entonces, a quien no fueron capaces de marcar un gol.
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Acumular delanteros contra un equipo modesto no fue la solución, pese a que el PSG sumó entonces multitud de ocasiones. Pero frente a un rival de más entidad como el Newcastle se reveló letal, porque los ingleses lograron asfixiar el centro del campo, en el que el uruguayo Manuel Ugarte y el francés Warren Zaire-Emery bastante tuvieron con achicar agua como para preocuparse de crear juego.
No contento con ver que su sistema naufragaba, Luis Enrique persistió en el mismo, se obstinó en el error, según coinciden varios diarios franceses, incapaz de aportar soluciones a un fracaso que saltaba a la vista.
Síntoma de que las cosas no van bien, la rueda de prensa posterior de Luis Enrique mostró algunos de los habituales síntomas de tensión característicos del entrenador en sus diferentes puestos en España, que por ahora no habían emergido desde que aterrizó en París. La luna de miel con los periodistas franceses parece que empieza a acabarse.
Falta de orgullo
Si las soluciones no llegaron del banquillo, tampoco se encontraron en el terreno de juego, donde el PSG empieza a dar síntomas del mismo mal que le ha gangrenado durante años: la falta de un alma que encarne la constelación de estrellas.
Ahí aparece enseguida el nombre de Kylian Mbappé, llamado a ser la estrella del equipo, pero que desaparece en los momentos clave.
El delantero, hombre clave en este PSG, como en los de los últimos años, no está en buena forma, posiblemente a causa del mes que se pasó en el dique seco durante la pretemporada cuando mantuvo un pulso con su dirección a santo de su futuro.
En Newcastle dio una muestra más de que no se adapta a un sistema con tantos atacantes y que se vio obligado a bajar a la línea de creación, alejándose de la zona letal, sin que eso diera resultados positivos.
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Apenas se procuró una ocasión y no generó ninguna para sus compañeros, que se dejaron ver muy poco, con excepción de Ousmane Dembelé, el más activo en la creación ofensiva, pero que demostró una preocupante ineficacia que entronca con la que viene mostrando durante toda la temporada.
Randal Kolo-Muani, fichado a precio de oro, está empezando a agotar la paciencia de los aficionados, mientras que Gonçalo Ramos no encuentra su hueco en un equipo demasiado nutrido.
Con la delantera inoperante, fue un defensa, Lucas Hernandez, quien marcó el gol del honor. El capitán, el brasileño Marquinhos, el otro nombre que podía espolear a las tropas en los momentos más difíciles, se vio abrumado tras el error que costó a su equipo el primer gol.